9 de octubre de 2018
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Infantil

Cuentos sobre salud bucal para niños

No siempre es fácil que los niños hagan caso a sus padres, especialmente cuando se trata de realizar tareas que no les agradan. Muchas veces, agarran pataletas porque no quieren lavarse los dientes o aseguran que lo han hecho sin haber pasado por el baño. Suele ocurrir porque desconocen la importancia de tener una boca sana. Así que, como muchas veces no es suficiente con recordárselo, debemos hacerles pensar por medio de cuentos infantiles para cepillarse los dientes. ¡Es importante elegir aquellos con un mensaje claro que les ayude a recapacitar!

Pepito el olvidadizo

Pepito era un gran estudiante. Le gustaba leer, jugar al fútbol y pasar el tiempo con sus familiares y amigos.

– ¡Pepito! ¡No olvides lavarte los dientes! Ya es hora de ir a dormir. – Le decía su madre todas las noches.

– Sí, mamá. Termino este capítulo y voy. – Contestaba Pepito, que cada noche se quedaba enfrascado en algún libro. Estaba tan calentito en la cama que no le apetecía ir hasta el baño. Poco a poco, los ojos se le cerraban y no se acordaba de lavarse lo dientes.

A la mañana siguiente, Pepito tenía un examen en el colegio, así que desayunó rápidamente y salió pronto de casa para llegar a tiempo.

– ¡Pepito! ¿Te has lavado los dientes después de desayunar? – Gritaba su madre desde la puerta, viendo cómo su hijo se alejaba.

– ¡Mamá! ¡Me los lavaré cuando llegue del colegio! ¡Te lo prometo! – Pero Pepito nunca se acordaba.

Esa noche, sumido en un profundo sueño, no paraba de moverse en la cama hasta que abrió los ojos y vio que en su almohada había un monstruo verde con dientes afilados.

– ¡Qué susto! ¿Quién eres? – Preguntó Pepito, asustado.

– ¡Soy Bacteria! Vivo en tu boca y me he hecho muy grande. Como no te cepillas los dientes, he crecido más y más. ¡Ahora puedo devorarte todos los dientes!

Pepito se miró asustado en el espejo de su habitación y vio que no tenía dientes.

– ¡Noooo! – Gritó y se despertó. ¡Era una pesadilla! Aunque era muy de noche, fue corriendo al baño para cepillarse lo dientes.

– ¿Qué haces despierto, Pepito? – Le preguntaba su madre, que se había despertado con el ruido del agua saliendo del grifo.

– ¡Se me había olvidado lavarme los dientes!

– ¿Y desde cuándo eres tan cuidadoso? – Decía su madre, sorprendida.

– ¡Desde que un monstruoso amigo me ha explicado la importancia de tener los dientes limpios!

El ratoncito  Fernández

El ratoncito Pérez es el más famoso del mundo. Es muy querido por los niños porque cambia los dientes por regalos. Pero existen muchos otros ratones, cada uno con un trabajo distinto. Pero el ratoncito Fernández no quiere dedicarse a otra cosa. Lo que quiere es una colección de dientes más grande que la de Pérez, que tiene una bonita estantería en su casa con todos los que recoge alrededor del mundo. ¡Pero nadie conoce a Fernández! Y los niños no le confían sus dientes.

– ¿Qué puedo hacer para conseguir dientes? ¡Los niños ni siquiera saben quién soy!

Pensando y pensando, se le ocurrió una idea.

– ¡Ya lo tengo! Dejaré golosinas en todas las casas para que los dientes de los niños enfermen y tengan que ir al dentista a que se los quite – Dijo Fernández, al que la envidia había empujado a crear un plan tan maléfico.

Con el paso de las semanas, su plan se iba cumpliendo. Las salas de espera de los dentistas estaban llenas de niños con la boca enferma. El odontólogo extraía los dientes y los depositaba en un contenedor especial, que Fernández visitaba por la noche para robarlos. En pocos meses, tenía su casa llena, aunque no eran como los de Pérez. Los suyos estaban sucios y olían mal. Al final, terminó enfermando por convivir con esos dientes podridos. Pérez, que era su vecino, se dio cuenta de que algo iba mal. ¡Llevaba mucho tiempo sin ver a Fernández! Cuando se acercó a su casa, miró por la ventana y lo vio tumbado en la cama, con muy mala cara.

– ¡Fernández! ¿Necesitas ayuda? – Dijo Pérez entrando rápidamente. Cuando se percató del mal olor se tapó la nariz. – ¡No puedes vivir así!

– Pérez… Tenía tanta envidia de tus dientes, que he hecho una cosa muy mala para conseguirlos yo también – Le contestó arrepentido, contándole todo lo que había hecho.

– No te preocupes, todos nos equivocamos alguna vez. Lo importante es que te has dado cuenta de que no está bien enfermar los dientes de los niños para quedarte con sus dientes. ¿Sabes una cosa? Hay muchos niños en el mundo y yo necesito ayuda para ir a todas las casas a llevar regalos, ¿qué te parece si trabajamos juntos?

Ese día, Fernández se dio cuenta de que no merece la pena sentir envidia y de que podía ser mucho más feliz llevándose bien con los demás y sin hacer daño a nadie.

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