12 de agosto de 2019
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Infantil

El primer diente que se nos fue

Era un día más en el parque. Marina leía una revista en un banco mientras su hija, Esther, jugaba en un balancín con sus amigas. De repente, la niña se dirigió a todo correr junto a su madre.

– Mamá, ¡Se me mueve un diente! – gritaba emocionada Esther.

– ¿Te has dado un golpe? – se preocupaba Marina.

– Noo, ¡Se ha empezado a mover solo! – decía la niña.

– A ver que te mire… Eso es que te estás haciendo mayor y se te va a caer… ¡Cómo todos los demás! – bromeaba la madre, ante la mirada aterrada de la pequeña.

Al llegar a casa, Marina bañó a Esther, la acostó y se puso a leer un rato. No pensó más en el asunto del diente hasta que llegó su marido Ángel del trabajo. Aunque ir al parque era uno de sus planes preferidos del fin de semana, no pudo acompañarlas porque ese día tenía una reunión importante – Cómo pasa el tiempo… Y pensar que cuando tenía siete meses empezaron a salirle los dientes… Y el primero que le salió ya está moviéndose y a punto de caerse – le contaba Marina con melancolía – ¿Por qué tiene que pasar todo tan rápido?

Lo habitual es que los dientes comiencen a caerse a partir de los seis años y Esther acababa de cumplir cinco. A Marina le parecía que todavía era muy pequeña para que le salieran los dientes definitivos y estaba convencida de que el movimiento se debía a algún golpe, pero cuando miró su boca detenidamente pudo ver que ya le estaban saliendo sus primeras muelas. Así que estaba claro, el ratoncito Pérez estaba a punto de llegar.

Preocupados por la rapidez con la que avanzaba la dentadura de Esther, Ángel y Marina consultaron con su dentista. La especialista les tranquilizó y les explicó que los niños a los que les salen antes las piezas de leche, también suelen ser los primeros en perderlas. La boca de su hija estaba perfectamente sana.

Viendo la rapidez a la que avanzaba la dentadura de su hija y que el diente se podía caer de un momento a otro, Ángel salió a la calle para acercarse a una de las tiendas preferidas de la niña y comprarle un detalle. – ¿Cuánto tarda en caerse un diente desde que empieza a moverse? ¿Dos días? ¿Un mes? – se preguntaba en su cabeza. Lo que tenía claro es que no quería que le pillara desprevenido.

Y se hizo de rogar. Había pasado casi un mes y sus padres ya no se acordaban del dichoso diente. Hasta que una tarde en la que estaban los tres en el parque, Esther se acercó a ellos con la sonrisa incompleta.

– Mamá, papá, ¡mirad!

– ¿Qué es eso? – decía Ángel intentando ver lo que tenía en la mano.

– Se me ha caído el diente – reía Esther abriendo la boca de par en par y evidenciando la ausencia de uno de sus dientes.

– Ay mi niña, ¡qué mayor! – contestaba Marina.

¡Menudo espectáculo! Allí estaban todas sus amigas, que querían verlo porque era la segunda de la clase a la que se le caía. Era la novedad. Esa noche se metieron los tres a la cama totalmente emocionados porque iba a venir el Ratoncito Pérez. Ángel y Marina, como siempre que venían ‘seres mágicos’ a traer regalos, estaban nerviosos por si les pillaban con las manos en la masa. Por la mañana, cuando se despertó, lo primero que hizo fue ir a la habitación de sus padres a enseñarles el regalo que le había dejado el ratoncito Pérez.

El siguiente diente cayó unas semanas después, pero el acontecimiento no fue tan tranquilo como el primero. Estaban viendo un espectáculo de ballet cuando, no se sabe cómo, Esther se arrancó el diente. Aquello empezó a sangrar, ella se puso nerviosa y rompió a llorar. Afortunadamente, se relajó rápido y dejó de sangrar. Esa misma noche Pérez volvió. Un mes después, la boca de Esther seguía desdentada, aunque ya empezaban a despuntar los nuevos dientes.

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